Todos conocemos la historia de Mowgli, ya sea por las películas de Disney o por el maravilloso libro de Rudyard Kipling, con el que aprendimos lo diferente que resulta la mirada humana para el resto de los animales. En estas historias el joven Mowgli aparece como un encantador niño criado entre lobos, integrado en su manada y conocedor de una especie de “lenguaje animal universal” con el que se comunica con panteras, osos y orangutanes. Siendo uno de mis libros favoritos de la infancia, al empezar a trabajar como Educador Canino y tratar con perros con serios problemas de adaptación, me vino a la cabeza la figura del perro Mowgli. Por bonita que fuese la historia contada en el libro, es innegable que si los psicólogos, psiquiatras y demás especialistas en salud mental estudiasen el caso de un niño como Mowgli, separado de sus padres de bebé y criado por otra especie, encontrarían un montón de patologías que lo harían muy difícil de reintroducir en la sociedad humana. Cuando llevamos un adorable cachorro de pocos meses a nuestra casa, lo hacemos para que se adapte mejor a su futuro nicho ecológico, para socializarlo correctamente y aprovechar las ventajas de esta etapa del desarrollo. Si adoptásemos un perro que se hubiese criado con sus padres y hermanos en un basurero cerrado, sin contacto alguno con los seres humanos, nos sería tremendamente difícil ganarnos su amistad y todavía más hacerlo encajar en nuestro mundo.

Y aquí es donde aparece el perro Mowgli, un cánido separado de su madre y hermanos aproximadamente a los dos meses y llevado a un hogar humano. Allí iniciará un proceso adaptativo en el que tendrá que traducir constantemente lenguaje “humano/perro”. Tendrá que aprender a no hacer sus necesidades durante horas, a descansar únicamente en los lugares destinados para tal propósito y a jugar solo con juguetes “homologados”. Su contacto con los de su especie será a las “ibuprofeno en punto”, con suerte, mañana tarde y noche, en lugares habilitados para ello, hasta los que llegará estirando de la cuerda que lo ata para no incumplir la normativa local o ser atropellado. Allí se encontrará con un heterogéneo grupo de perros Mowgli, que igual que él, llevan unas cuantas horas de cocina o balcón y están deseando dar rienda suelta a sus acumuladas y patológicas necesidades sociales de perro criado por simio. En este acotado “territorio de socialización” se pretende que jueguen perritos de los más variopintos linajes, mientras sus humanos fuman, hablan entre ellos o miran el celular. ESPECIES de perros (sí, he dicho especies, ya que fueron creadas para adaptarse a nichos ecológicos tan distintos como cazar ovejas o protegerlas, matar liebres o ratas, o congelarse frente a sordas) tan dispares entre sí, bien alimentados y desparasitados y con el depósito a tope tras 8 horitas de mirar hacia la puerta de la entrada, tendrán que jugar sin producir altercados, para no ser considerados brutos o agresivos por los cada vez más edulcorados humanos que sujetan las correas.

Las necesidades instintivas no satisfechas como perseguir, acechar y morder o las pulsiones sexuales de un macho con sus huevos colganderos que jamás utilizará, añaden el extra que le faltaba a este caldo de cultivo del perro Mowgli, al que llamaremos cochino si se revuelca en algo podrido y le diremos KAKA cuando se meta en la boca algo que no es su hipoalergénico juguete. En la era más estresante, con menos tiempo libre y con la libertad de movimiento más restringida para los perretes, estamos adquiriendo verdaderos Mowglis Ferrari, perros de líneas de trabajo creados para trabajar incansablemente, que añadirán un extra de dificultad a la ya de por sí compleja tarea de adaptar un perro a nuestro mundo.
Si queremos adaptar lo mejor posible a nuestro pequeño Mowgli al mundo de los humanos, tenemos que tener en cuenta sus necesidades más básicas. Todos somos conscientes a estas alturas de la importancia de una correcta alimentación, vacunación y desparasitado, pero a veces se nos olvida que el perro, como todos los animales, tiene una serie de necesidades instintivas que debemos satisfacer si queremos que tenga una calidad de vida digna.

FALTA DE EJERCICIO FÍSICO. La gran mayoría de los perros que conviven con nosotros en el primer mundo comparte dos de nuestras patologías más serias: el estrés y la obesidad. Nuestros perros están tocinos, sí, y con las uñas más largas que Nosferatu. Muchas de las razas con las que convivimos descienden de perros de trabajo y aunque nos estemos empeñando en deformar sus cuerpos con criterios estéticos, siguen necesitando realizar a diario ejercicio físico para no enloquecer. Los descendientes de aquellos portentosos atletas jamás se acostumbrarán a salir atados a pasear por las aceras y estar sueltos un ratito en el pipican local. Poco a poco desarrollarán conductas obsesivas que consideraremos como parte de su arrolladora personalidad, sin darnos cuenta de que realmente mucho de lo que consideramos personalidad en nuestros perros es patología. A veces esta “personalidad” se volverá tan intensa y difícil de manejar, que nos aconsejarán Fluoxetina o un arnés que le escuece los sobacos si estira, ansioso, de camino al pipican.

CARGAS INSTINTIVAS NO SATISFECHAS. Los perros, como todos los animales, tienen necesidades instintivas o preprogramadas, necesidades que vienen de serie.
Muchos de nuestros perros sufren problemas de adaptación porque ignoramos sus necesidades relacionadas con la secuencia de caza, pensando que con salir a pasear y jugar con amiguetes estarán satisfechos. Hemos seleccionado que la mayoría de las razas tengan una conformación conductual que les predisponga a disfrutar más con determinada parte de la secuencia de caza. Es decir, que nuestro perro dará forma a la secuencia de caza ( FIJAR LA MIRADA > ACECHAR > PERSEGUIR >AGARRAR-MORDER >DISECCIONAR), dependiendo de las hipertrofias , atrofias o sustituciones en sus pautas motoras predatorias que los humanos hemos seleccionado durante generaciones. Esta selección de nuestros perros nos lleva a la innegable realidad de que cada uno de ellos tendrá unas necesidades distintas, que deberemos suplir si queremos que su depósito no desborde. Algunos acecharán todo lo que se mueva, otros escarbarán en tierra movida, se congelarán cuando detecten un pajarito o harán presa en nuestra correa y la sacudirán bruscamente. Si entendemos para lo que fueron seleccionados, no pensaremos que es un escapista, que nos jode los geranios por molestar o que ladra para llamar la atención y empezaremos a darnos cuenta de que a lo mejor, somos nosotros sus funcionarios de prisiones de lo instintivo. No estoy proponiendo que te hagas cetrero si adoptas un perro de caza, que te compres un rebaño para ponerlo en el balcón o que críes ratas para entretener a tu Jack Russell. Solo quiero que entiendas que hay ciertos estímulos que provocan pautas preprogramadas de acción en nuestros perros, que suponen verdaderas obligaciones genéticas y que igualar a todos los perros bajo la premisa de que “no importa la raza, lo importante es la educación”, está condenando a muchísimos perros a problemas serios de adaptación por no atender sus necesidades instintivas. Un pequeño esfuerzo por buscar actividades y deportes que realizar con tu perro, adaptadas a sus necesidades instintivas, puede suponer la diferencia para muchos perros entre la locura y la razón.

Otra de las necesidades instintivas no satisfechas que más estrés genera y que a menudo se nos pasa por alto tiene que ver con nuestros machos. Cuando un cliente me pregunta por la castración de un macho, suele hacerlo porque cree que castrando el perro desaparecerán sus problemas conductuales o porque no quiere colaborar con la cría de cachorretes no deseados que cada año llenan nuestras perreras. A la gente no suele ocurrírsele que para un macho sin castrar las PULSIONES SEXUALES NO SATISFECHAS son una verdadera tortura. Si tenemos en cuenta que la gran mayoría de perros con los que convivimos no va a reproducirse, tenerlos toda una vida oliendo perras en celo supone un agravante importantísimo de sus niveles de estrés. Recordemos que con el potente olfato de nuestro perro, desde el balcón o la cocina recibe olores de perras en celo de varios barrios más allá y que todos los parques están rebosantes de aromas de perras que han estado, están o estarán en celo en breve. Si nuestro perro es un digno ejemplar de su raza, sano y equilibrado, con algo que aportar al acervo genético de su especie, si su increíble conformación conductual contrastada va a permitirle una dilatada vida como reproductor, ese estrés constante estará justificado en aras de nuestro pacto mutualista con los perros. De lo contrario, si solo estás esperando engañar algún día a una perra de su raza para tener un hijo suyo o alguna teoría similar, lo único que conseguirás será tener a tu coleguita completamente obsesionado toda la vida.

NECESIDADES SOCIALES. Los perros, como el resto de los cánidos, son animales sociales y, si como comentábamos antes, vamos a secuestrar a un cachorro para llevarlo a nuestro hogar, tenemos que ser muy conscientes de que la comunicación con él será un continuo proceso de traducción. Para que el proceso comunicativo sea lo más fluido posible es muy recomendable partir de que cuanto mayores sean nuestros conocimientos sobre la especie con la que tenemos que comunicarnos, menos malentendidos generaremos en nuestra convivencia. Somos primates y ellos cánidos; lo que para nosotros es instintivo, natural y lógico, no tiene por qué serlo para ellos y es nuestra labor esforzarnos para que nos comprendan, ya que a fin de cuentas, somos nosotros los bienintencionados secuestradores. Los problemas de comunicación con los humanos con los que conviven, representantes de la figura del adulto, compañeros de aventuras y en definitiva los responsables de su seguridad, son una de las mayores fuentes de estrés en un animal que se siente una parte, a veces incomprendida, de nuestra familia.
Me encantó leer la noticia de que, en Suiza, estará prohibido por ley tener un solo pez de colores, un canario o una cobaya, entendiendo que son animales sociales que sufren al estar solos. Si pensamos lo frustrante que puede llegar a ser cuando viajamos comunicarse con otro humano que no habla nuestro idioma, pensemos por un momento lo duro que tiene que ser traducir, en soledad, los desvaríos de un humano durante toda una vida. En clase, a mis alumnos de los cursos para profesionales, les suelo decir en broma que imaginen ser secuestrados por Kang y Kodos, los marcianos de los Simpson. Ellos te quieren cuidar lo mejor que pueden y te dan bolitas cada 12 horas, te frotan con sus ventosas y te hablan en un idioma que no conoces, a veces a buenas y otras a malas, pero tú no los comprendes. Ahora imaginad lo distinto que puede resultar ese proceso de adaptación estando solo o con alguien de la cuadrilla. Yo llevaría mucho mejor, sin duda, las confusiones y malentendidos de esta traducción interespecie, si estuviese acompañado de alguien al que entiendo y con el que deshacerme del estrés que me genera la convivencia con estos extraños marcianitos verdes.

Los perros que no conviven de forma continuada con otros solo pueden socializar en su mismo idioma durante sus cortos paseos y aún durante estos, no siempre coinciden con los mismos perros, por lo que una y otra vez, se ven obligados a intentar “conversar” con desconocidos. Si tenemos en cuenta que muchos de esos desconocidos tienen también serios problemas de adaptación, entenderemos que muchas veces, para nuestro perro, “socializar” genera más problemas de los que soluciona. Una de las asignaturas obligadas del humano que convive con un único perro es asegurarse de que, en la medida de lo posible, todos los días coincida en el parque o en los paseos con su “cuadrilla” canina, para poder mantener relaciones continuadas en el tiempo con las que deshacerse del agobio que supone un constante proceso de traducción.
Si queremos que nuestro pequeño Mowgli se adapte a nuestra jungla urbana, tenemos que entender sus necesidades instintivas para, en la medida de lo posible, facilitar su proceso de adaptación a este nicho ecológico tan convulso que es el mundo de los humanos. Siempre he pensado que en la relación mutualista humano/perro, una de las partes se esfuerza más que la otra, ya que los perros están continuamente esforzándose por entendernos, mientras que nosotros les tratamos como a perrijos maleducados, diana de nuestras furias homicidas o soldaditos a los que chillar en alemán.
No me cabe duda de que Raksha, la madre loba adoptiva, se esforzó muchísimo para entender lo diferente que Mowgli, la «rana pelona», era respecto a sus otros cachorros y solo espero que nosotros, los humanos, nos esforcemos en entender un poquito más a sus parientes más domésticos, esos que dormitan junto a nuestro sofá.

 

Jorge Hernández Segurola #AmarokEducaciónCanina