No son reactivos. No tienen baja tolerancia a la frustración, ni bloqueo emocional, ni rozan la hiperactividad. La mayoría de perros de nuestras ciudades tiene problemas de adaptación a su nicho ecológico y generan conductas de desplazamiento en un intento de satisfacer sus necesidades instintivas.
Igual que en décadas pasadas la dominancia fue el cajón de sastre donde se metían todos los problemas conductuales, ahora a ese cajón le llamamos “reactividad canina” y, con un ligero barniz de psicología positivista humana en él, nos sirve de diagnóstico exculpante para todos los males del mundo canino. Atribuimos capacidades y necesidades de primate a nuestros perros y hacemos diagnósticos que ya en humanos son, como mucho, síntomas, sin hablar claramente del origen del problema.
Si en un centro de recuperación de animales se observase una avestruz sumida en una estereotipia de desplazamiento, por la que la pobre se mueve repetidamente por el mismo recorrido, un loro gris que se autolesiona arrancándose plumas por picaje o un águila Harris que chilla constantemente, en un intento de desfogar su energía específica predatoria, nadie osaría englobar sus conductas aberrantes dentro de la reactividad aviar. El estrés derivado de unas instalaciones mal diseñadas, el manejo incorrecto y la imposibilidad de realizar sus conductas instintivas serían para sus cuidadores el origen obvio de los problemas de adaptación de estas aves.
Pero entonces, ¿nuestros perros tienen problemas de adaptación? ¿No es acaso el perro el mejor amigo del ser humano? ¿Cómo es posible que no se adapte?
La moda de perros con altas necesidades instintivas, sobre todo de perros pastores, ha transformado en menos de 8 años nuestras clases de educación canina. Donde antes solventábamos problemas puntuales de conducta, normalmente relacionados con la falta de experiencia, conocimiento o capacidades de los dueños, ahora lidiamos con familias devastadas por los problemas de adaptación de perros conductores de ganado o de intervención policial que no consiguen integrarse en el mundo mascota.
Hemos interiorizado tanto que los perros son diferentes, especiales, que apenas los vemos como animales, de la misma manera que no nos vemos a nosotros mismos como primates, aun compartiendo con los chimpancés aproximadamente un 98% de nuestro material genético. Si nosotros no somos primates, sino hijos de Dios, el perro ya no será un cánido, que comparte con el lobo un 99,8 de su material genético, sino nuestro “perrijo”, y juntos iremos felices y contentos al centro comercial. Hemos sublimado tanto nuestras necesidades instintivas que pensamos que podemos hacer lo mismo con las de nuestros animales de compañía y creemos que nuestros perros se adaptarán sin problemas a nuestro estilo de vida, independientemente de que trabajemos 12 horas o vivamos en una abarrotada ciudad. Durante décadas hemos escogido como coleguitas a perros mestizos o perros de raza seleccionados con criterios estéticos, a los que los criadores habían atenuado previamente sus cargas instintivas para obtener un producto vendible. Ahora, inmersos en la moda del perro de trabajo, los problemas de adaptación de nuestros perros se cronifican, condenándoles a una vida de estereotipias y conductas de desplazamiento similares a las de los animales de los zoológicos viejunos.
Cuando metemos un guacamayo en una jaulita en el balcón o a un caballo en una cuadra de 3×3 metros, olvidamos que el primero viene pensado para volar con sus 30 colegas por la selva durante 60 años y el segundo para vivir en manada y comer hierba durante 22 horas al día.
Lo que ocurre cuando ignoramos el nicho ecológico de un animal y sus necesidades instintivas es que nuestro loro acabará arrancándose las plumas y nuestro caballo tragando aire, encerrados ambos en sus jaulitas de oro. Por supuesto, como no todos los animales mantenidos en ambientes contrarios a su conformación conductual enloquecen, los que aguantan estoicamente el tormento perpetúan las modas que condenarán a sus congéneres en el futuro.
La única diferencia entre el ejemplo de los loros, los caballos y nuestros perros, es que si pidiésemos ayuda a un especialista en psitácidas o a uno de caballos, ambos tendrían claro que las estereotipadas conductas de estos animales son derivadas de no haber satisfecho sus necesidades instintivas más básicas, no de la reactividad animal.
Pero claro, si les decimos a nuestros clientes que los problemas conductuales son derivados de una decisión incorrecta a la hora de adquirir a su colega perruno y/o de no atender correctamente sus necesidades instintivas, igual se enfadan, así que les decimos que son reactivos, que no es culpa suya y queda muy molón y seguimos escribiendo textos sobre la importancia de la socialización temprana. Pero… ¿sabéis qué? La gran mayoría de nuestros clientes ha socializado a sus perros, y aun así las necesidades instintivas de cientos de años de selección han aflorado, complicando enormemente la vida familiar.
Como educador canino, aprovecho mis colaboraciones en radio y TV para intentar desterrar el mito de que “la raza no importa y lo que importa es la educación”, que está provocando problemas de convivencia interespecie terribles, problemas que terminarán en mordisco, abandono, eutanasia o en el mejor de los casos, en una década larga de relación tormentosa.
Cuando alguien pretende, mediante la educación, reprimir las cargas instintivas de un perro de trabajo, tiene que entender que los animales tienen necesidades motivacionales endógenas y que si estas no son desfogadas, no solo no desaparecerán, sino que probablemente el umbral de respuesta del perro disminuirá, generando problemas conductuales de todo tipo.
Como los humanos no tenemos cargas instintivas predatorias como las de nuestros perros (aunque nos flipen los deportes en los que se persigue una pelotita que simula una presa), pensemos por un momento en el escaso resultado y los problemas que han originado y originan los intentos de reprimir y reorientar las pulsiones sexuales humanas, que también son acumulativas y de desfogue endógeno, por parte de las distintas religiones.
Para huir de cajones de sastre, de psicología positivista humana y, en definitiva, para “desperrijar” a nuestros colegas, vamos a intentar entender las necesidades predatorias instintivas de los perros.

Necesidades predatorias de nuestros perros

El tipo de tendencia a la acción, la secuenciación de pautas motoras, la respuesta conductual que un perro da ante un estímulo, son instintivas, vienen de serie. Pero, en una era en la que la “reactividad canina” engloba todo tipo de problemas de adaptación y en la que intentamos adaptar a nuestros hogares todas las razas sin importarnos para qué fueron seleccionadas, ¿siguen nuestros perros teniendo cargas instintivas? ¿Tienen todas las razas la misma conformación conductual? ¿Podemos anular esas cargas instintivas y adaptar cualquier raza como perro de compañía? En caso de que esto sea posible, ¿es ético reprimir una carga instintiva para adaptar un perro a nuestra imagen idealizada de lo que debería ser?
Pero empecemos por el principio. ¿Qué es el instinto? Nuestros perros ofrecen conductas instintivas o preprogramadas, que les hacen o hacían predecibles ante la presencia de ciertos estímulos.
Los perros activan conductas instintivas relativamente rígidas y preprogramadas ante la presencia de un estímulo sin un aprendizaje previo. Estos estímulos, llamados estímulos desencadenantes, provocan cambios fisiológicos de los receptores sensoriales del perro, que se transforman en mecanismos conductuales instintivos.
Por ejemplo, el chillido de una rata activa las pautas motoras predatorias de un Jack Rusell en una secuencia funcional predecible, de la misma forma que la presencia de una sorda activará la muestra en un Setter o el movimiento del rebaño la pauta de acecho de un Border Collie. Los estímulos a los que nuestros perros pueden reaccionar vienen fijados en su acervo genético, igual que en el de sus parientes salvajes. Esta memoria atávica, que hace que los pájaros sean más atractivos que las ovejas para un perro de muestra, es el fruto de un largo proceso selectivo realizado por los humanos, que ha fijado lo que ha sido adaptativo durante la filogenia o historia evolutiva de la raza, una predisposición instintiva a reaccionar de una determinada forma ante ciertos estímulos.
Estos estímulos desencadenantes innatos activan impulsos instintivos, respuestas conductuales innatas como, por ejemplo, el impulso de persecución provocado en nuestros perros por cualquier estimulo que se mueva rápido, de forma errática, por debajo del eje de visión y/o emitiendo tonos agudos, o las respuestas conductuales producidas por las feromonas emitidas por el sexo contrario.
Las respuestas que nuestros perros ofrecen de manera instintiva ante estímulos desencadenantes como las presas, se llaman pautas de acción modal o pautas de acción fija en etología clásica.
Las pautas de acción modal son la respuesta instintiva que espontáneamente los perros de una misma raza ofrecen, por ejemplo, en forma de impulso predatorio, ante la presencia de un estímulo desencadenante, como un gato que se les cruza corriendo en la calle. Los estímulos desencadenantes, que cada raza ha fijado en su memoria de especie, hacen que los mecanismos desencadenantes innatos procesen la información proveniente del estímulo y activen las pautas de acción modal típicas de su configuración conductual. Estas pautas de acción modal, estas respuestas instintivas de los perros, aumentarán proporcionalmente al tiempo que estos pasen sin desfogar sus impulsos instintivos. Cuando estos impulsos instintivos no son desfogados durante cierto tiempo, se acumulan en forma de energía específica de acción, que llevará al perro a buscar un estímulo que los desencadene.
Cuando la selección humana genera perros con una alta motivación instintiva, que muestran patrones conductuales innatos hacia las presas, como por ejemplo los Border Collies de líneas de trabajo, lo que supone una bendición como compañero de trabajo en la granja supondrá una condena para los urbanitas que los intenten adaptar como mascotas, ya que sus exacerbadas necesidades instintivas pondrán en marcha sus patrones predatorios de manera endógena sin necesidad de un estímulo que los provoque. La excesiva energía especifica de acción acumulada de estos perros les obligará a intentar satisfacer sus necesidades instintivas reduciendo el umbral de los estímulos que desencadenan estas conductas predatorias, generando conductas de desplazamiento hacia bicis, coches o niños, o con conductas estereotipadas de todo tipo en un intento de llegar al equilibrio interno.
La adaptación de perros con altas cargas instintivas predatorias implica la asociación, a ser posible durante las fases críticas del desarrollo, de los estímulos que van a desfogar esta energía específica de acción, ya sea con presas reales como ovejas, ratas o agachadizas, o engañando los mecanismos desencadenantes innatos, con estímulos que reúnan atributos similares a los originales como pelotas, mordedores, mangas o trajes de mordida. De lo contrario, nos convertiremos en represores de sus cargas instintivas, en inquisidores de lo preprogramado, y estos verdaderos especialistas, obras de arte vivientes de la funcionalidad, acabarán tomando fluoxetina, eutanasiados o completamente estereotipados en una perrera, porque nos empeñamos en intentar adaptarlos a una vida sin trabajo instintivo.
Cuando decimos cosas como que la raza de un perro no importa, que lo importante es su educación, estamos omitiendo conceptos como “necesidades instintivas no satisfechas”, “patrones predatorios de activación endógena” y en general toda la información sobre la configuración conductual de las razas, que puede hacer fracasar, casi antes de empezar, la maravillosa relación, que debería ser mutualista, con nuestro futuro perro.
Jorge Hernandez Segurola