Durante mucho tiempo hemos leído que antropomorfizar a los perros era algo malo. Claro, se referían a tratar a los perros como si fueran humanos, pero como humanos mal educados. Si convivimos con perros es precisamente por eso, porque se parecen mucho a nosotros en lo social. Y así, como parte de ese grupo social, se les ha tratado siempre.
Hubo un tiempo en el que tampoco éramos tan distintos en nuestras necesidades instintivas y el perro se integraba perfectamente en nuestro grupo social. Nuestros adultos corregían de manera muy similar a sus cachorros caninos y humanos, y ambos entendían las normas y maduraban correctamente integrándose con sus derechos y deberes. Nuestros ancestros no estudiaban etología ni psicología y nunca habían visto un ‘clicker’, pero sus perros no mordían a sus hijos ni les retaban por el lugar de descanso. Nuestras madres regañaban y corregían lo que según su instinto estaba mal y ambos cachorros agachaban las orejas y emitían señales de calma. Porque no nos engañemos, lo que hace especial al perro es precisamente eso, que si le echas la bronca pone cara de culpable, esto es, que realmente le importa tu opinión.
Pero eso era antes, antes de «supernanny», antes de los manuales de psicología infantil o canina, antes de llegar a casa a las 19:00 y atender exhaustos a nuestro enloquecido niño o perro, antes de tolerar rabietas para no enfadarnos y antes de sobornar con salchichas o ipads a nuestros queridos cachorros para no sentirnos culpables y poder llenar con ellos esos huecos emocionales que todos tenemos.
Pero no, eso no es educar: todos los cachorros necesitan normas y, por supuesto, amor, mucho amor, pero amor de primate, amor del que hace que no cruces la carretera, del que hace que cenes lo que toca cenar y te vayas a dormir a tu sitio y a tu hora, en definitiva, el que gracias a sus directrices te hace llegar de una pieza a la madurez, canina y humana. Antropomorficemos sí, pero instintivamente.
Jorge Hernández Segurola #AmarokEducaciónCanina