Creo que nuestros perros, al igual que nosotros mismos como compañeros de este proceso de evolución convergente a la que llamo Cantropología, estamos inmersos en un proceso de involución comunicativa interespecie. Pero… ¿Cómo puede ser posible en la era de las masterclasses, los podcasts y el e-learning?
Hemos avanzado muchísimo en lo cognitivo, nuestros perros aprenden mediante elaborados protocolos las más complejas habilidades, marcan sustancias escondidas guiados por láser y hasta ponen lavadoras con ‘click’ de fondo. Somos capaces de adiestrar verdaderos especialistas en sus campos igual que nuestra sociedad ha sido capaz de multiplicar infinitamente el número de universitarios. Pero… como dice el meme de Internet, «si te crees más inteligente que las generaciones anteriores, recuerda que hace 50 años el manual del coche indicaba cómo regular las válvulas, hoy te advierte de que no ingieras el líquido de la batería».
Me crie escuchando a mis aitites hablar de perros que les entendían como personas, como la Charnuska, que bajaba andando los 20 minutos que había desde el caserío hasta la parada del bus a buscar a Carmen, mi amama, cuando mi aitite se lo pedía. Más tarde conocí perros de barrio, como Beltza, que salía y entraba por la ventana del bajo y vagaba solo por la superpoblada margen izquierda del Nervión esperando a que la gente cruzase en los pasos de cebra para no ser atropellado.
En el Gaztetxe de Portugalete, conocí a los míticos Toribio y Lindane, que subían escaleras completamente verticales de unos tres metros para llegar al local de arriba y descansar un rato con la tripa llena, tras dar el palo al camión que, una vez al mes, descargaba jamones en el bar andaluz de Repélega. Durante toda mi juventud conviví en cuadrilla con perros que nos acompañaron a todo tipo de aventuras, conciertos, manifestaciones, bares y lonjas sin necesidad de correas, premios ni ‘clickers’, únicamente reforzados con buen rollo y eventualmente expulsados de nuestras escaleras del parque si hacían el capullín.
Luego llegó la profesionalización, los sientatumbajuntos, los truquitos, los términos técnicos y un largo etcétera de asignaturas para intentar saber más de perros. Y ¿sabéis qué? No creo que como sociedad nos comuniquemos con ellos mejor que antes. No creo que les preparemos mejor para adaptarse a nuestro mundo, por mucho que entendamos mejor su etograma o al tío Premack. Creo que cualquiera de los punkis de antaño, que convivía con sus chuchetes de fiesta en fiesta, podría avergonzarnos en una masterclass de comunicación interespecie.
Estamos perdiendo el norte. Cuanto más leo sobre perros, más lejos creo que estamos de aquel «anillo del rey Salomón». Sabemos más pero transmitimos menos. Nos concentramos en reforzarles para que aprendan ciertas habilidades, reduciendo nuestra convivencia con ellos a un encadenamiento de trucos previamente aprendidos. Un ‘Fuss’ hasta el paso de cebra y allí un buen ‘Sitz’. No reprochamos para que no se estresen y paradójicamente acabamos estresados porque sabemos que algo no va bien, que estamos perdiendo la fluidez en la comunicación, o que tal vez sólo estamos intentando falsear con cognición el que al gran simio parlante se le dé cada vez peor transmitir emociones. Si en vez de sobornarles para que hagan trucos nos esforzásemos más en ser más entendibles, ellos se integrarían mejor.
Estamos desaprovechando el potencial de comunicación interespecie de nuestros perros en esta sociedad cada vez más alejada de la naturaleza, donde educamos a superdotados niños que saben chino y robótica pero tienen miedo a las palomas y adiestramos perros capaces de hacer las más increíbles ‘txiribueltas’ pero que no sabrían esperar ellos solitos en el paso de cebra.
Nuestros perros, igual que nuestros chiquillos, se están criando en entornos limitantes, en ambientes hipoestimulantes cada vez más regulados en los que no hay muchas elecciones que tomar, y esa falta de libertad de elección les está llevando a una especie de indefensión aprendida. Tal vez todos, como sociedad, vivamos haciendo el Fuss, hasta que toque el Sitz, sin entender bien el contexto pero ansiosos por recibir nuestros refuerzos.
O tal vez no, tal vez los perros estén muy bien enseñados hoy en día y yo sólo sea un nostálgico que echa de menos aquellos que, como Charnuska, podían bajar ellos solitos a la parada del bus a buscar a mi amama Carmen.
Jorge Hernández Segurola