Imagina que empiezas el primer curso de la universidad para ser maestro de Infantil. El profesor empieza a contar que el humano viene del simio y que, aunque seamos bastante distintos, para simplificar, vamos a estudiar su etología. Entonces, ante tu estupefacción y la de tus compañeros, empieza a explicar cómo educar a los niños como lo haría un chimpancé, a mordiscos y golpes hasta que agachen la cabeza.
El perro viene del lobo, nos decían. Y como todos sabemos, el lobo es un ser sanguinario que se pasa el día sacando los colmillos a sus congéneres para enseñarles quien manda, quién es el macho alfa. Por lo tanto, si queremos educar a nuestros perritos, que son una especie de primos de ciudad de ese lobo feroz, tendremos que demostrarles que somos unos alfa bien agresivos, al más puro estilo del sargento de artillería Hartman.
Empecemos por el principio: El lobo no es agresivo. La mayoría no vive en grandes manadas, luchando con sus congéneres en una despiadada pugna por llegar a ser el alfa y dirigir al grupo en una cacería de bisontes. La gran mayoría vive con su pareja, los lobeznos de esta temporada y puede que un par de subadultos de la pasada que no se han independizado todavía. Ambos reproductores forman una pacífica pareja cuyos esfuerzos conjuntos permiten sacar adelante a sus crías temporada tras temporada. Los cachorros, al llegar a la edad adulta, se marcharán para buscar pareja y reproducirse, por lo que no llegarán a darse esas feroces tensiones jerárquicas. La mayoría de lobos se alimenta de pequeñas presas, animales enfermos, carroña e incluso bayas. Las grandes manadas se forman únicamente en nichos ecológicos muy duros, en los que durante los largos y gélidos inviernos las únicas presas disponibles son grandes herbívoros. En estos hábitats tan duros sí que se forman grandes manadas en las que podemos hablar de alfas y en las que la jerarquización inherente al control de un recurso limitado como la carne da lugar a discusiones, colmillos y gruñidos. Pero este tipo de estructura grupal no familiar, necesaria para poder matar en equipo a un gran herbívoro, no es la norma, es la excepción. Al estudiar la etología del lobo, tomar estas excepcionales manadas como referente sería como estudiar a la humanidad en el Bronx o en la cárcel y extrapolar consejos educativos en base a ese etograma.
Una vez aclarado esto, empecemos a hablar de perros. El perro no viene del lobo, ambos tienen un ancestro común muy similar al lobo, eso sí. Pero… ¿cómo ocurrió esto? ¿Cómo pasamos del cazador salvaje a ese bulldog con problemas respiratorios? ¿Domesticó intencionalmente el humano al lobo para que le ayudase a cazar y a defender el territorio, o fue este el que se arrimó al humano para alimentarse de sus desperdicios?
A partir de los libros divulgativos de Konrad Lorenz, empezó a popularizarse la idea de que nuestros antepasados empezaron a coger cachorros de algo parecido al lobo actual, a los que cuidaron y alimentaron para que posteriormente les ayudasen en la caza y defensa del campamento. ¿Pero es esto posible? ¿Es tan fácil criar a un lobezno? ¿Nos ayudará de mayor a cazar y a defendernos?
Primero, parece poco probable que nuestros tátara-tatarabuelos fueran almas tan sensibles como para que en caso de encontrarse por el monte un lobezno (a quién no le ha pasado) se lo quedasen de mascota en vez de matarlo y hacerse unas polainas. En un medio tan hostil como el de hace 20.000 años, se ve que dedicarle un montón de tiempo y recursos al cachorro de uno de nuestros históricos competidores les pareció buena idea.
Si queremos intentar adaptar un lobezno a nuestra manada humana tendremos que hacerlo antes de los primeros 14 días de vida o será imposible, además tendremos que darle biberón cada pocas horas para poder sacarlo adelante. Pero, por lo que se ve, nuestros antepasados estaban ociosos y no les importaba dedicar casi todo el día al tierno cachorrete. Lo más difícil vendría más adelante, cuando al de unos meses nuestro precioso lobezno, convertido ya en un ‘teenager’ lobuno, empezase a generar problemas de adaptación social y a repartir justicieros mordiscos a todos aquellos no duchos en lo particular de la etología lobuna. Porque aunque se parezcan, un lobo no es un perro y es muy rígido en sus protocolos sociales, lo que a buen seguro nuestros antepasados descubrirían por las malas.
Pero bueno, seamos positivos, nuestros ociosos antepasados pasaban por una época de opulencia alimentaria y tenían recursos de sobra, así que cuando un día de paseo por el bosque se encontraron un lobezno, dijeron “¡claro que sí! Total, uno de nosotros puede dedicar casi en exclusiva varios meses a sus cuidados”. Después, como estaban de racha, consiguieron que el no tan tierno adolescente de lobo no atacase a nadie por faltarle al respeto y todos convivieron alegremente. Una vez llegada la madurez sexual, lo normal es que nuestro joven lobo se fuese de casa como los demás cánidos salvajes, pero una vez más, nuestro lobete era especial y decidió permanecer célibe y no marcharse. Luego nos queda la cuestión de la supuesta utilidad del lobo como compañero de cacería y gran guardián del campamento. Cualquiera que haya convivido con perros nórdicos, al leer esto habrá esbozado una sonrisa imaginándose lo poco útil que su alobado amigo sería en la defensa del grupo o cazando en equipo. Pero ¡venga, va! Vamos a suponer que nuestro lobete era un útil compañero de caza y un firme defensor de sus compañeros humanos. Aun así, para generar una especiación, no nos valdría con un único ejemplar especialmente manso: harían falta muchísimos ejemplares para que esta se diese, así que la teoría de la selección intencional humana parece poco probable.
Otra teoría defiende que, al empezar los humanos a ser sedentarios y a tener asentamientos fijos, generaron un nuevo nicho ecológico: el basurero, lo que pudo dar pie a la especiación del lobo en perro. Pero… ¿Por qué es tan importante la basura en la creación de nuestro querido perro? La creación de un nuevo nicho ecológico trae consigo nuevos factores selectivos que pueden dar forma a la nueva especie en su intento por adaptarse a la nueva fuente de alimento. Por un lado, la basura ofrece alimento de muy baja calidad pero de manera continuada y tiene un gran inconveniente para un animal salvaje: la presencia de los peligrosos humanos. La baja calidad del alimento (hueso, pieles, cáscaras, heces…) supone el primero de los factores selectivos, los individuos más grandes no podrían alimentarse de algo de tan baja calidad, mientras que para los más pequeños y desgarbados sí que sería posible. Por lo tanto, la baja calidad de nuestros desechos fue decisiva para seleccionar la forma y tamaño de los primeros protoperros, adaptándolos a rebuscar en la basura.
El segundo de los factores selectivos, tal y como hemos dicho, sería la presencia de los peligrosísimos humanos, que haría huir a la mayoría de los cánidos salvajes. Para esta mayoría no sería rentable el gasto energético que supone arrimarse sigilosamente al basurero humano y escapar ante la menor sospecha de su presencia, sobre todo teniendo en cuenta la baja calidad del alimento en disputa. Sin embargo, los individuos más tranquilos aguantarían más tiempo comiendo mientras el humano se mantuviese a cierta distancia, por lo que podría comer más y sacar adelante a sus cachorros fácilmente.
De esta manera, la presencia humana y la capacidad de comer en su presencia seleccionó una menor distancia crítica en ciertos individuos, convirtiendo la mansedumbre en algo adaptativo por primera vez. Los cachorros de estos individuos, además de heredar genéticamente estas adaptaciones, serán expuestos a los humanos durante su periodo de socialización, lo que aceleraría aún más el proceso.
El que ese antepasado común, muy parecido al lobo, se autodomesticase como fruto de estos factores selectivos produjo una nueva especie: el protoperro o perro de basurero, que desde hace miles de años, y aún en la actualidad, se alimenta de nuestros desperdicios en los vertederos de muchos países. Esta nueva especie, de un tamaño menor y con una forma adaptada a rebuscar en la basura, tiene de serie una menor distancia critica que le permite comer cerca de los humanos, pero… ¿qué más cambios trajo este proceso de autodomesticación?
Uno de los mayores cambios fue el del modelo social. Los lobos forman parejas para sacar adelante a sus cachorros y los machos proveen de comida y defienden a su familia mientras la hembra amamanta a su descendencia. Los perros no hacen esto, no se involucran en el cuidado de sus cachorros. Uno de los motivos por los que no se hacen cargo es por la falta de certeza sobre su paternidad. Al tener comida disponible de manera continuada, el padre ya no será necesario e incluso la mayoría de perras no regurgitará el suficiente alimento para sus crías, ya que se destetarán directamente en el basurero. Al no necesitar la colaboración de ambos progenitores para sacar adelante a la descendencia, la monogamia deja de ser un buen modelo social, ya que si bien era necesario en los tiempos salvajes, tenía como inconveniente el que combinaban su carga genética con la de un único macho, lo que hacía menos probable que sus descendientes sobreviviesen ante cambios en el nicho ecológico. Así, las perras empiezan a ser poliginándricas, esto es, se reproducen con varios machos, e incluso pueden tener cachorros de distintos padres en un mismo embarazo. Los machos, dada la poca certeza de su paternidad, no colaboran en los cuidados parentales y la madre saca adelante ella sola a su progenie.
Este cambio en la estructura social es realmente importante para poder entender a nuestros perros. Durante muchos años los adiestradores machotones, cuñados de parque y demás defensores de la brutalidad, nos intentaban convertir en el «macho alfa», pero… ¿cómo vamos a ser «machos alfa» en una especie en la que, no es que no haya tales machos alfa, es que ni siquiera hay machos?
A efectos etológicos el perro es muy distinto a su antepasado salvaje; no es un lobo, es el descendiente de un protoperro especializado en rebuscar en la basura, sin los cuidados parentales de su padre y compitiendo casi desde el principio con su madre en la búsqueda de desperdicios. Los lobos son desconfiados por naturaleza ante situaciones nuevas (neofóbicos) y son muy rígidos en sus conductas instintivas, mientras que los perros son muy confiados en este aspecto, asumen las novedades con facilidad (neofílicos) y son muy moldeables en sus conductas instintivas. Los perros no son lobos, están adaptados a la vida doméstica y descienden de un animal semi-solitario, no de un gran cazador de manada. Nuestros perros son fruto de miles de años de adaptación a un nicho ecológico muy concreto: los humanos y su entorno, y el reduccionismo didáctico de asemejar al perro con el lobo, animal salvaje adaptado al medio natural, no nos ha traído más que confusiones.
De la misma manera que el humano desciende del simio pero no se comporta, piensa ni siente como este, nuestros perros puede que estén emparentados genéticamente con el lobo, pero desde luego no se parecen más a él que nosotros a los chimpancés.
Aunque no sean lobos, aunque sean su neoténica versión, adaptada a convivir con primates parlantes durante miles de años, los perros son animales sociales con cargas instintivas. Intentamos criarlos como a uno más de nuestras familias y durante muchos miles de años la relación funcionó. Igual que ninguno de esos protococainómanos chavales del programa » Hermano Mayor» de la TV puede ser considerado por ningún etólogo un líder, alfa o dominante de su manada, sino únicamente como un caprichoso primate que aprendió con sus cargas agresivas a no cenar vainas y que le pusiesen hamburguesas, el que nuestros perretes no quieran liderar nuestra manadita no les hace menos peligrosos. La convivencia con los humanos, en entornos limitantes, con sus derechos y obligaciones, de verdaderos profesionales de la conducción y defensa de rebaños, guarda de recintos o caza de pumas, no podía ser tan fácil y empeora a ojos vista cuanto más se aleja la humanidad de sus raíces rurales. Nuestros perros, al igual que esos chavales, necesitan normas coherentes, desarrollar sus necesidades instintivas, socializar, hacer ejercicio, ser felices y respetar y ser respetados, pero muchas veces por desgracia no podemos cubrir esas necesidades vitales. Entonces aquellos majestuosos y antaño fieles compañeros de la humanidad se tornan nuestra peor pesadilla y convierten nuestros hogares en verdaderos campos de batalla.
Para poder cambiar la situación actual lo ideal sería que la gente que ha decidido compartir con un perro los próximos 15 años de su vida buscase asesoramiento previo antes de elegir compañero de baile, para poder disfrutar, que no sufrir, los próximos tres quinquenios.
Los educadores caninos estamos para ayudar a las familias a minimizar los problemas de adaptación de sus perros, lo que, muy a nuestro pesar y cada vez con mayor frecuencia, supone hacer asintomático, con suerte, un problema con raíces profundamente instintivas.
Nadie dijo que un proceso de evolución convergente como la que que primates y cánidos vivimos fuese fácil pero, como responsables que somos de su calidad de vida, tenemos que hacer todo lo posible para que esta mejore. Nosotros como educadores seguiremos intentando aportar nuestro granito de arena para que el antiguo pacto entre simios y perros no se rompa.

Jorge Hernández Segurola #AmarokEducaciónCanina