Un sábado cualquiera. En el descanso del curso de Educadores Caninos Profesionales, viene una pareja a informarse sobre el funcionamiento de las clases grupales de educación canina. La chica me llama la atención porque tiene el brazo en cabestrillo y varias cicatrices que le recorren la cara de arriba abajo. Me cuentan que llevaron a su perrazo a adiestrar donde un «machacasaurio» canino que les enseñó cómo dominarlo ahorcándolo con el collar de pinchos, para que fuesen los alfas, los dominantes de la manada. El problema vino cuando, al intentar «dominarlo» en casa, el animalito dijo que hasta aquí hemos llegado, Maritrini y casi le arranca la cabeza. Lo más increíble de la dantesca situación es que esta pareja en ningún momento pensó que el adiestrador tuviese culpa ninguna por sus consejos de cuñadísimo. Él la culpaba a ella porque, a su parecer, excitaba mucho al perro al llegar a casa, motivo por el que según él la había acabado desfigurando.
Entiendo que cada uno tiene que defender su manera de trabajar y olvidarse de la de los demás, pero últimamente el mundo del perro está muy polarizado y creo que como profesionales de la educación canina tenemos que posicionarnos.
Cada vez que me llama un cliente y me pregunta cuál es el sistema que empleamos para trabajar me cuesta mucho explicarme, aunque creo que también a mi madre le costaría explicar si fuimos educados a lo Montesori o a lo manipulativo. Creo que tenemos que reprochar los estados de ánimo incorrectos de nuestros perros y alentar los correctos, pero desde el respeto y, sobre todo, sin sadismo medieval, y esto está por encima de métodos, escuelas y dogmas.
Entiendo que tras muchos años de palo y látigo hayan surgido métodos de educación canina en los que se premia con salchichitas el dejar de gruñir al bebé o ignorar lo malo hasta que pase, igual que puedo entender que la generación educada más autoritariamente, intente educar a sus hijos a golpe de tablet para no caer en viejos errores. Pero creo que en el fondo todos tenemos claro lo que está bien y lo que está mal. Con este texto no quiero apelar al sentido común de la macarrada local, de todos esos machotones que ven lógico crujir al perro «para que sepa quién manda», de los dueños de «cocodrilos, Killers y Panzers», orgullosos sembradores del terror del parque y nostálgicos de la «mano dura».
No. Este texto va dirigido al «Cliente Milgram», me explico:
El fin del «Experimento Milgram» era medir la buena voluntad de un participante para obedecer las órdenes de una autoridad, incluso cuando dichas órdenes entrasen en conflicto con su conciencia personal. Y sorprendentemente resultó que la gente estaba dispuesta a hacer daño a otros si así se lo ordenaba una figura autoritaria. Eso es lo que ocurre a la gran mayoría de los «clientes Milgram» que pasan por las garras del adiestrador maligno. No son sádicos marcianos, son gente normal que hace caso al que supuestamente sabe.
Lo que más me extraña es que en la era de la picajosidad y las pieles finitas, en la que si el mecánico te mancha la puerta de grasa pones una queja en la OCU y dos malas reseñas, el cliente acepte sin pestañear que el adiestrador pegue patadas a su perro en aras de una mejor convivencia.
No es normal que te digan, sin siquiera ver el perro, que tienes que llevar un collar de pinchos el primer día o que tu perro es muy dominante y que «hay que enseñarle quién manda aquí», cuando el 99.9% de los perros agresivos son sólo inseguros, colocados endógenamente por sus necesidades instintivas no satisfechas. No es normal que para trabajar los miedos y ansiedades de tu perro la única alternativa propuesta sea dejar «internado» a tu perro en sus instalaciones tres semanas, en lo que le trabajan el » sitx» y el «platx», y así, ojos que no ven, corazon que no siente. Cualquier método que no parta de formar al humano para minimizar los problemas de adaptación de su perro es inviable, ya que por definición, la convivencia es cosa de dos o más.
Ya otro día entraremos a hablar de jerarquía social y de la diferencia entre maltratar y reprochar, pero de momento, el mensaje para todos esos humanos normales preocupados por su perro es claro: no le hagas al perro nada que tu Pepito Grillo crea que está mal y recuerda que el artículo 337 del código penal castiga el maltrato animal… No sea que tu «adiestrador machacasaurio» y tú tengáis que pagar la multa a escote.
Jorge Hernández Segurola