Doméstico, de ‘domus’, casa. Que vive con nosotros, que es de casa.

Vamos a empezar clasificando a los perros en tres grandes grupos para aclararnos y lo haremos por orden de aparición:
PRIMER GRUPO, el perro de basurero, casi protoperro, que en los paises en vías de desarrollo come del vertedero y vacía las letrinas. Lleva miles de años reproduciéndose al libre albedrío sin intervención del ser humano, teniendo como nicho ecológico el basurero y como factores selectivos la pésima calidad del alimento ingerido y su distancia de huida respecto al ser humano. A efectos de relación con nosotros, poco más que una rata gigante; contagia enfermedades a veces mortales y es esquivo a partir de cierta distancia.

SEGUNDO GRUPO, el perro funcional, el perro de trabajo, que el ser humano seleccionó intencionadamente a partir del perro de basurero para ayudar en trabajos como la caza de alimañas o de segundos platos, la defensa o conducción del rebaño o la guarda de nuestros bienes más preciados. Relación mutualista en la que, gracias a colaborar con el humano, los perros son cuidados y alimentados y tienen una tasa de supervivencia de su progenie mayor, estando sus descendientes cada vez mejor adaptados a la tarea que se les demanda. Nuestros antepasados seleccionaron al mejor perro cazando con la mejor perra cazando, al mejor guardando con la mejor guardando y desechaban de la crianza los que no se adaptaban a su nueva función, heredaban problemas físicos o eran inseguros. Mediante esta selección (selección que no deja de ser natural, en la medida en la que el humano, agente selector, pertenece al grupo de los primates, no de los ciborgs), los perros se adaptan cada vez mejor a su nueva función y se separan más y más unos de otros morfológica y conductualmente, a la vez que los ejemplares en los que el proceso selectivo endogámico produce fallo son eliminados. Ya no son perros de basurero, son atletas, gladiadores, cazadores incansables, feroces defensores de los bienes del patrón, inteligentes conductores de no tan inteligentes rumiantes, asesinos implacables de roedores y un largo etcétera que aleja cada vez más su físico y su cerebro de su mal alimentado y generalista antepasado. El nicho ecológico del perro pastor pasa a ser la oveja, a la que acecha y acosa a las órdenes del pastor, mientras que esa misma oveja y su archienemigo, el lobo, dan forma, curiosamente desde el prisma opuesto, al poderoso mastín, amigo y protector del rebaño, al abrigo del cual las ovejas pastan tranquilas. El galgo, su explosiva musculatura, su peculiar silueta y su tendencia a activarse ante el movimiento de algo que se mueve entre las dunas contrastan enormente con las largas orejotas y los colgantes belfos que se arrastran tras el olor de una presa en un perro de rastro o las cortas patitas de ese terrier que avanza valiente hacia el Valhalla introduciéndose en la madriguera de un tejón.
Decimos que son razas porque pueden reproducirse entre sí, pero no lo son, son especies, especies con nichos ecológicos inconfundibles, con cuerpos y cerebros de especialista que les predisponen a comportarse de determinada manera, que les hacen ser los mejores en su campo y muy malos generalistas. De la misma manera que un lobo y un coyote pueden tener descendencia fértil, un mastin y un border collie también pueden tenerla, pero sus mestizos no pastorearán bien ni serán aceptados por el rebaño, por lo que no lo podrán proteger. De la misma manera, los mestizos de lobo y coyote no se adaptarán a sus respectivos ecosistemas, serán pequeños en el mundo de los lobos y grandes en el mundo de los coyotes. Ambos grupos de mestizos serán inviables en el nicho ecológico de sus reproductores y morirán sin dejar descendencia. Por eso decimos que aunque la FCI y sus cómplices las cataloguen como razas, no lo son, son especies. Especies con órganos adaptados a su función, con neurotransmisores y jerarquización de los sentidos que les predisponen a tomar determinado rumbo de acción, a oler, acechar, guardar o correr, a atacar o a portar suavemente. La función crea el órgano y el ser humano ha creado necesidades y ha seleccionado perros funcionales para ayudarle en ellas generación tras generación con una única máxima: Cruzar sólo los mejores perros realizando su tarea y descartar los que no se adaptan.
Y así, con unas pizcas de aislamiento geográfico, al poder del efecto fundador o la superstición local llegaron hasta nosotros lo que conocemos como razas.

Y aquí, queridos perreros, es donde aparece el TERCER GRUPO, el perro de familia, el verdadero Canis Familiaris, al que pertenece la mayor parte de los perros del planeta, aún en proceso selectivo.
Este grupo empieza a seleccionarse masivamente a partir de la creación de los grandes pueblos y ciudades, cuando los humanos empiezan a tener perros dentro de sus casas como compañeros de alegrías y penas con sus derechos y sus obligaciones. Ya no hablamos de la relación de un niño con un perrito famélico en un poblado de chozas o del hijo de un pastor jugando con el carea de la familia, hablamos de un perro que ha sido adoptado o comprado para introducirlo en el núcleo familiar y nos alegre (o amargue) la vida, como incansable compañero de aventuras del chiquillo, vigoroso acompañante del montañero de fin de semana o miniperrete de anciano con el que hace la ronda de vinos.
Hablamos de otra categoría dentro del mutualismo, de un perro que come gracias a ser majo, a entendernos, a adaptarse, a no dar muchos problemas a pesar de llevar 10 horas cerrado en la cocina. El humano moderno necesita al perro, lo necesita desesperadamente, pero ya no como auxiliar de granja o como proveedor de liebres, lo necesita como amigo. Lo necesita como conexión con el mundo natural, con sus orígenes salvajes, algo que le recuerde al chimpacé que lleva dentro.
Al principio de la creación de este tercer grupo, los perretes que convivían con nosotros en nuestras casas eran eso, perretes, pequeños mestizos saludables, dignos sucesores de perros de basurero venidos a más, que poco a poco, por majetes, se habían ganado su puesto dentro de casa. No tenían raza, no iban al veterinario, comían sobras de casa y se les educaba igual que a los chiquillos, a gritos y txankletas voladoras. Pero a pesar de eso eran felices, se adaptaban, vivían 15 años y salían sueltos por esos barrios con pocos coches y muchos niños de rodilla pelada. En casa había más gente y menos ocupada, por lo que pasaban más rato en la calle y allí habia pocos perros, todos del mismo modelo «txutxete», casi siempre sueltos o atados a ratos con la única correa que vendía el ferretero, ¡la de cadena con asa verde o roja!
Pero sobre todo, al ser «txutxetes», eran fácilmente adaptables, su configuración conductual no les obligaba a acechar coches, no les predisponía a la inseguridad o a despedazar otros machos. Eran genéticamente libres, generalistas perfectamente adaptables a un mundo sin multas por llevarles sueltos y sin «bolsas recoge-plastas».
Pero poco a poco el «perro policia aleman», el «Lassie», el boxer o el cocker irrumpen en nuestras vidas y el perro empieza a ser un simbolo de estatus social. El humano de ciudad comienza aquí la siguiente fase del perro de familia: La curva de la neofilia, del más raro todavía, del » sus padres son campeones», del » tiene pindigrí». Es verdad que hace tiempo que la burguesia de Londres o Paris ha empezado a deformar perros de trabajo para exhibirlos en estúpidas pasarelas en las que se decidirá si un setter de prodigioso olfato es más bonito que un valiente terrier, pero todavía no había llegado a casa del trabajador honrado. No había llegado porque antes había menos pasta, los perros de marca valían mucha y tus padres no estaban para gastar 100.000 pesetas en un perrazo de marca. Pero en ese momento histórico en el que los pollos empezaron a criarse en 21 días y se universalizó el acceso popular a las pechugas a diario, explotó el boom del perro de marca. Ya no teníamos 6 hijos, ahora teníamos uno o dos, y con el sobrante empezamos a comprar perros de raza. Poco a poco poderosos pastores alemanes, nerviosetes pointers o testarudos terriers fueron ganándose un sitio en nuestras cocinas y generando nuevas necesidades. A aquella inversión inicial de comprar el perro le acompañaban dietas de falda de ternera, vacunas y accesorios. Los criadores importaban razas jamás vistas por estas latitudes para ganar dinero y prestigio en las exposiciones, generando a su paso demanda entre los atónitos lugareños que querían uno de esos perros chatos o uno de esos » de los trineos».
El boom era ya imparable, esas razas aportaban exclusividad, les hacía diferentes, aunque se adaptasen peor, eran deliciosamente distintos, indepedientes, cabezones, escapistas, agresivos, adorablemente especiales. Muchos de sus problemas de adaptación a nuestras familias eran lo que precisamente los hacía tan adorables.

El problema empezó justo aquí. En el momento en el que se popularizó el perro de raza como perro familiar, en el que los criadores seleccionan perros con criterios estéticos para abastecer esta demanda. Primer problema: la endogamia. Es verdad que la mayoría de perros de trabajo primitivos sufrió un proceso más o menos endogámico para fijar sus capacidades funcionales pero, al tener clara su función, el humano podía descartar los fallos que se producían. Además, al no darle importancia a cuestiones estéticas, los perros eran mucho más heterogéneos y estaban en continuo proceso adaptativo.
El problema es que los iluminados que empiezan a seleccionar los perros de raza » pura» deciden con sus huevos morenos lo que tieme que medir o pesar una raza, o cómo de caído va a estar el culo de un pastor alemán. Se acabó adaptarse a un nicho ecológico, se acabó ser el mejor en algo. Cuando se cierra el libro de la raza, un limitado número de ejemplares inicia un proceso extremadamente endogámico a partir de los dignos ejemplares que un grupete de sabios enchaquetados ha elegido. A partir de ahora se reproducirán por bonitos y todos los futuros descendientes serán familia directa de estos pocos elegidos, haciendo que cada fallo genético se multiplique exponencialmente. Ahora toca esforzarse para seleccionar borders esponjosos, que parezca, pero no acechen, mastines morsa que jamás podrían acompañar a un rebaño con el solazo de Zamora (y no digamos ya pelear con un lobo), pastores alemanes canguro, o bulldogs que bastante tienen con no morir ahogados como para andar pensando en morder vacas. Si les falta un huevo, se lo ponemos de silicona; ¿que le falta un diente? ¡se lo ponemos de implante! Y si es inseguro, ¡pues un poco de droguita al canto! ¿Que de tan chato que lo estamos haciendo se le salen hasta los ojos y no le cierra bien la boca? ¡pues adaptamos el standard!

Los apasionados del mundo del perro estamos cada vez más asustados, vemos más problemas de corazón, de articulaciones, de piel, alergias alimentarias y estacionales, inseguridad aberrante y un sinfín de problemas que hacen de tener un perro de raza una pesadilla. Para alguien que quiere a su animal, darle medicación crónica, operarle las caderas y hacerle continuas pruebas de alergías es un mal menor en comparación con el amor que nos brinda, pero como profesionales del sector, va siendo hora de ponernos serios: esto es inaceptable.
¿Cuál es la alternativa? ¿Los mestizos? Siempre se ha dicho que son más saludables… El problema es que hoy en día los mestizos son mestizos de razas puras, de individuos enfermos y endogámicos, por lo que ese entrañable cachorro puede que tenga el soplo y la arritmia de corazón de su padre y las caderas rotas de su madre. Entonces…. ¡ya sé! ¡Cogeremos perros de trabajo como mascota! ¡Planazo! ¿No decíamos que gracias a la labor de miles de generaciones adaptadas a una función eran mucho más saludables? ¡Takatá! Workin’ dog al canto! ¿Cómo no me voy a comprar un border collie galés de líneas de competición, un malinois de esos de los de los SWAT o un kangal turco con todo el tiempo que tengo para sacarlo de 7,00 a 7,30 y después a las 18 al parque con otros 300 ansiosos mientras fumo un piti y le tiro la pelota? ¿Qué puede salir mal? Además los domingos vamos sl monte con palos de nordik guolkin y la chupa norfeis, ¡está todo pensado!
El problema es que los perros de trabajo necesitan trabajar, pensar, acechar, buscar, morder. Tienen pautas preprogramadas de accion que se activan ante estímulos que las provocan. Están pensados para algo. Como hemos explicado antes, estos perros son verdaderos especialistas y por lo tanto generan muchísimos problemas de adaptación, no encajan bien.

Cuando en la tele sale un perrero cantamañanas y nos dice que la raza no importa, que lo que importa es la educación, nos está diciendo una verdad a medias, o mintiendo, según se mire. Igual que un piloto puede llevar un Ferrari, un Twingo o un Hummer por un puerto de montaña a 60 km/ hora sin despeñarse, un educador canino puede pasear un border, un mastin, un terrier y un galgo sin que se la preparen, pero tiene que trabajar con cada uno sus puntos flacos y le supones esfuerzo y conocimiento. La conducta de nuestros perros es epigenética, esto es, viene marcada genéticamente y le damos forma socialmente, reprochando ciertas conductas y alentando otras. El problema es que a ciertos perros de trabajo, el estar expuestos a los estímulos de la vida en las ciudades les convierte en seres patológicos y a sus compañeros humanos en funcionarios de prisiones, en represores del instinto, en sufridores de lo preprogramado. Las clases de educación canina se están convirtiendo a toda velocidad en grupos de perros medicados, mezclados con border collies que acechan bicis y niños y pastores alemanes y belgas de trabajo esterotipados y/o agresivos. Antes trabajábamos con perros que estiraban de la correa o se hacían pis en casa; ahora trabajamos con perros lobo inseguros, pastores de bicicletas o antidisturbios de lo distinto, mientras la otra mitad de los clientes sólo puede dar premios de carne de pato o avestruces por las alergias alimentarias.

El perro doméstico se extingue. Tal vez sea hora de poner en marcha otro modelo selectivo, no sé si en base a perros de basurero de algún país sin línea de metro o a partir de una selección distinta de los ya existentes, pero es el momento de definir los factores selectivos. La mayoría de los humanos quiere un perro SANO, que sea SOCIABLE con sus congéneres y con los humanos, TRANQUILO, y también INFANTIL para soportar sin estresarse la estupidez humana y sus caprichos. Si no adaptamos nuestro modelo selectivo, tendremos que asistir a generaciones y generaciones de perros sufrientes y creo que la especie que mejor nos entiende, nuestro más leal compañero durante generaciones, no lo merece. Como tampoco nuestros hijos merecen que les dejemos como compañeros de juegos y de vida unos tullidos y taraditos con «pindigrí».

En Españistán nos queda por delante el reto abandono cero, pero cuando eduquemos mejor a nuestros hijos, subvencionemos esterilizaciones y hagamos lo necesario para que los perros sin hogar sean solo un mal recuerdo…. ¿De dónde saldrán los perros?

Jorge Hernández Segurola #AmarokEducaciónCanina