Mis queridos amigos del mundo perruno estarán pensando: «¿A qué viene el careto de este tío tan feo en una página de perretes?». ¡Os presento! Este señor es Carlos II, rey de España entre 1661 y 1700. El tío padecía tantas malformaciones y dolencias que terminaron por apodarle “El Hechizado”, ya que solo la brujería podía explicar cuando aquello su esquizofrenia, su epilepsia y su rostro, tan «difícil de mirar», que fue bautizado completamente cubierto.
Hoy en día, gracias a la ciencia, sabemos mucho más sobre el origen de sus achaques: LA ENDOGAMIA. Sí amigos, Charly fue descendiente de tres generaciones de abuelos y abuelas con siete matrimonios consanguíneos incestuosos, es decir, con 12,5% y 6,25% de genes idénticos por descendencia. Este coeficiente de endogamia (‘inbreeding’) aumenta las probabilidades de que se formen homocigotos que transportan enfermedades autosómicas recesivas.

Pues bien, esto es lo que les está ocurriendo a nuestros queridos amigos los perros. Igual que la endogamia supuso el fin de la casa de los Austrias españoles, estamos asistiendo en directo al declive de los perros “de raza pura”. Nuestras clases de educación canina están llenas de perros con graves problemas de salud, físicos y mentales. Poco a poco hemos ido asumiendo que es normal tener un pastor alemán que cangurea, que nuestro bóxer muera de infarto o tener que alimentar exclusivamente con carne de avestruz a nuestro perro para evitar las alergias alimentarias. Nos los estamos cargando. Cada año están peor. Lo que empezó como una relación mutualista ha acabado siendo una trampa mortal en la que cada año traemos al mundo miles de perros a tener una vida de sufrimiento. Sí, de sufrimiento. Porque no puede tumbarse sin que le duela, ni jugar como los demás, porque le pica la piel si no le inyectan cortisona, porque vomita cuando bebe por la conformación de su paladar, por los crónicos dolores de cabeza que su extremo prognatismo genera, o porque el mero hecho de parpadear produce úlceras en sus graciosos ojos saltones.

Estamos inmersos en una escandalosa depresión endogámica, esto es, nuestros perros están dejando de ser adaptativos por la merma de su variación genética. Esta pérdida de diversidad genética se debe en parte a que la mayoría de perros de pura raza descienden de unos pocos ancestros, siendo el grado de parentesco de los descendientes enorme ya desde el origen de la raza. El problema se acentúa al seleccionar como reproductores solamente a los perros que resultan campeones, lo cual aumenta todavía más la depresión endogámica. Esto, además de problemas tan evidentes como la displasia o la epilepsia, acarrea una disminución general en la vitalidad de los perros, afectando al vigor, crecimiento y reproducción de la razas puras. Por poner un ejemplo, una reciente investigación, realizada por la Fundación Morris Animal con la colaboración de la Embark Veterinary, ha desvelado que la depresión endogámica reduce el tamaño de las camadas de los perros Golden Retriever de pura raza.

La cría de perros de raza pura supone un aislamiento genético absoluto, sólo los perros puros se reproducirán entre sí, y como consecuencia de esta cría consanguínea extrema, muchas razas han llegado ya a un punto de inflexión a partir del cual la viabilidad de la propia raza está seriamente amenazada.
Para hacernos una idea de las dimensiones del problema, la doctora Katariina Mäki realizó una investigación genética con los perros de la raza perro cobrador de Nueva Escocia. Para ello llevó a cabo un muestreo con 26.668 ejemplares de todo el mundo. Este muestreo supuso estudiar todas las hembras nacidas entre 1999 y 2008, investigando hasta 12 generaciones de pedigrís. Según este estudio, la raza habría perdido el 90% de su diversidad genética en tan solo 50 años. Todos los ejemplares de la raza perro cobrador de Nueva Escocia existentes poseen una carga genética equivalente a la de dos hermanos de camada. Ahora imaginemos los efectos de la consanguinidad en nuestras queridas razas autóctonas, con unos pocos cientos de ejemplares y eligiendo a los reproductores top con criterios estéticos y no funcionales. Si seguimos seleccionando por lo rojo del pelito a nuestros queridos pastores vascos, a no mucho tardar les darán miedo las ovejitas y necesitarán un ventolin para alcanzarlas corriendo!

Pero… si las razas caninas han llegado vigorosas a nosotros, ¿cómo es posible que se esté dando este brutal empobrecimiento genético en tan poco tiempo? ¿Cómo es posible que perros que nos acompañan desde los tiempos del circo romano estén agonizando ante nuestros ojos?
La explicación está en entender cada una de las razas como si fuesen especies. Un tigre, un puma y un jaguar son mucho más parecidos en su configuración conductual que un border collie, un terrier o un galgo entre sí. El nicho ecológico de cada una de estas razas es completamente distinto, la selección del perro para dar forma a la secuencia de caza, de presas tan dispares como la oveja, la rata o la liebre, les convierte en especies completamente diferentes, con nichos ecológicos completamente distintos. Durante siglos, solo los ejemplares que mejor realizaban su labor se reproducían entre sí, apartando de la cría a los individuos que no se adaptaban por el motivo que fuese. No importaba el color, la inserción de las orejas o la forma de la cola, lo único importante era que realizasen correctamente su labor. Los perros ratoneros, conductores de ganado o cazadores de liebres eran morfológicamente heterogéneos pero funcionalmente adaptativos. Es verdad que todos eran parecidos, ya que el aislamiento geográfico, el efecto fundador resultante de reproducir más a los perros sobresalientes en su tarea y por último la superstición local hacían que los perros de una determinada zona geográfica tuviesen un coeficiente endogámico bastante alto.
Pero entonces, si las razas funcionales también se formaron en base a cierto grado de endogamia, ¿por qué esta no nos dio problemas anteriormente? La respuesta está en el método de selección. Antaño, si el perro no tenía las capacidades físicas o psicológicas necesarias para realizar su labor, era apartado de la cría, por lo que las taras genéticas eran descartadas. Su labor se mantenía inalterable con el paso de los años, no era subjetiva, y el criador tenía un referente claro: las crías que se dejaban para casa tenían que tener las aptitudes necesarias para realizar la tarea por la que iban a ser alimentadas. De la misma manera que un cánido salvaje incapaz de cazar moriría de inanición, el perro que era apartado de la cría moría genéticamente al no dejar descendencia, desapareciendo con él los problemas genéticos. De esta manera llegaron vigorosos hasta nuestros días los perros.

Pero de repente, no hace ni 200 años, unos ociosos aristócratas británicos empezaron a inflar sus egos exhibiendo a sus perros de caza y juzgándolos con criterios puramente estéticos. En la revista “Kennel Gazette” de Junio de 1887 se decía que en estos concursos se generaban discusiones porque los propietarios no estaban de acuerdo con la categoría en la que se les había inscrito, ya que todavía no existían unos “estándares” oficiales. Poco a poco estas exposiciones empiezan a ganar adeptos y al calor del culto al ego y del flujo de dinero asociado a la cría de perros de “pura raza” empiezan a florecer los clubes encargados de estandarizar las razas y crear los pedigrís.
Este fue el primer clavo en el ataúd de los perros. En este aciago momento el perro empezó a morir poco a poco. Ya no se reproduciría por ser el campeón de Aliste que mató a dos lobos, o por ser el mejor kelpie haciendo “backing” sobre ovejas en Queensland; ya no queríamos que los setters buscasen sordas, solo queríamos que se quedasen quietecitos con cara de atontados y trotasen detrás de un señor enchaquetado. A partir de ahora ya no existiría el nicho ecológico real, la función para la que fueron diseñados, y la que definía si encajaba en su configuración conductual o no. A partir de ahora el criterio sería completamente subjetivo y un señor que no olía a oveja decidiría la altura a la cruz de un esponjoso border que subiría al pódium junto a un dogo argentino entalcado cuyo stop nasal había sido acordado por unos señores que jamás vieron un pecari. Y de esta manera siguió girando la rueda del sinsentido, criando gorditos y amistosos guardianes de zambas patas, asalchichados perros con dolor de espalda y mastines morsa con mondongos en los codos.
Hoy por hoy decir que el perro tiene «pindingris» solo quiere decir que proviene de una isla imaginaria, llena de primos chingando entre ellos, donde encima se favorece el que los más excéntricos se reproduzcan más. Cuanta más papada mejor, cuanto más chato mejor y si ya me entra en una tacita de lo miniatura que es, mejor que mejor. Porque sus deformaciones los hacen únicos, los hacen exclusivos y por lo tanto caros, porque requieren de tantos cuidados que podemos seguir jugando a las papás y a las mamás con ellos, obviando completamente lo esencial en cualquier proceso de crianza: la salud.

Animo desde aquí a que curioseéis un rato, a que busquéis en internet un malinois de trabajo y uno de belleza, un border collie de la I.S.D.S y uno de la F.C.I, un mastín ligero y un mastin ornamental y enseguida notareis cómo actualmente son razas completamente distintas. Las funcionales no son aptas para la convivencia en según qué circunstancias, desde luego, pero ¿qué criterios son los empleados para criar los perros ornamentales? ¿En qué nicho ecológico van a encajar? ¿Hasta cuándo nos va a parecer normal que el criador nos diga que el cachorro tiene que tomar condroprotectores o que es normal la inseguridad de nuestro cachorro? Creo que va siendo hora de que los profesionales del mundo del perro empecemos a alzar un poquititito la voz y, aún a riesgo de perder un par de clientes de piel finita, digamos en voz alta lo que todos estamos viendo: ¡Los perros de pura raza se están muriendo! Y el proceso, aunque gradual, será muy doloroso para todos.

 

Jorge Hernández Segurola #AmarokEducaciónCanina